los náufragos de lo desconocido 3



Hummm, esta mañana me ha ocurrido algo maravilloso.
Dormí hasta tarde porque anoche no pegué ojo, tuve pesadillas.
Me despertaron unas cosquillas en el pie, el tacto de una piel fría, húmeda y muy suave.
Creí que soñaba, me incorporé y vi cómo de un salto a lo lejos se alejaba un delfín.
El agua era transparente, cristalina, la luz del sol se descomponía sobre ella haciendo brillos que casi cegaban.
No había rastro de los arrecifes, no tenía ni idea de dónde me encontraba, sin embargo la sensación era positiva, de que algo bueno iba a pasarme y así fue.
Pronto vi acercarse una barca de remos, era un pescador con una enorme sonrisa.
Me remolcó hasta un pueblo precioso y me invitó a su casa.
Después de comer un delicioso pescado y pegarme un baño, me llevó a conocer la zona. Me enseñó lo que él llama sus “lugares sagrados”, charlamos horas y horas. Uf, yo tenía tantas ganas de hablar, parecía una cotorra.
Me sentí tan afortunada en su compañía que flotaba en una burbuja de felicidad. Me encontraba tan relajada y desinhibida, que parecía borracha.
Él es una persona encantadora, muy generosa, un alma buena, sensible, quizá un poco solitario pero dispuesto a abrirse y compartir.
Me ofreció su cama para pasar la noche y no pude resistirme a sus cuidados.
Seguramente me quede una temporada con él.
Sin duda, es alguien con el que merece la pena pararse. Si el destino me trajo hasta aquí no voy a desobedecerle, ya me cansé de nadar contracorriente.
Nos gustamos desde el primer momento y decidimos hacernos compañía. No hubo promesas de futuro, no esperamos nada el uno del otro, simplemente disfrutar del día a día.
¿Y eso es Amor?-me pregunto.
En mi isla, por necesidad, tuve que cambiar el concepto del amor.
Antes, me enamoraba fácilmente, creando fantasías imposibles de realizar. Proyectaba continuamente mis deseos en el otro idealizándolo y así, sólo conseguía frustración y desengaño.
Como pasaba mucho tiempo sola sin que nadie me visitase, dejé de buscar en los demás un recurso natural que supe que estaba en mi y que me pertenecía.
Cuando desenterré ese tesoro oculto en las entrañas de mi ser, hallé el ansiado Oro, mi mayor tesoro que hoy guardo con celo. Ese, nadie podrá arrebatármelo.
Dedicaba todos los días un tiempo para meditar, para limpiar mi mente y sentir cómo mi corazón crecía y crecía hasta salirse de mi pecho. Con cada latido, sentía a la tierra vibrando conmigo en armonía. Mi energía se fundía con el entorno y la naturaleza hasta llegar al éxtasis, a esa unión cósmica, a ser Uno con el Todo.
Fue entonces cuando sentí la llamada y decidí llevar ese Amor fuera de la isla.
Sé que hay más personas que saben de lo que estoy hablando y me entienden.
Yo quiero reunirme con ellas.
Les llamo los de “mi manada”, la tribu de los náufragos de lo desconocido aún por conocer.

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