en la red 4





La vida en el pueblo marinero es tranquila, todos me conocen ya y hasta me han puesto un mote, la Portuguesa, es por mi balsa, la llamé así. Manouche es difícil de pronunciar para ellos.
Tito, el pescador, me consiguió un trabajo en la única pensión que hay, se llama El Faro.
No hay mucho que hacer, me ocupo de alojar a los viajeros y de atender el bar de vez en cuando.
Algunos son turistas de lo “pintoresco” en busca de descanso y otros, la mayoría, vienen por trabajo. Son marineros en tierra que ahogan sus penas en el alcohol y en mis oídos. Me gusta escucharles, cada persona tiene su propia historia original y algunas, son verdaderamente increíbles y surrealistas.
Cuando termino mi jornada Tito viene a buscarme para dar un paseo. Me pone al día de sus cosas, tiene bastantes problemas, constantemente en lucha contra los elementos, trabaja mucho y a cambio obtiene poco. ¡Qué dura es la vida en el mar!.
Dice que soy un regalo para él, su pescadito, un oasis en su desierto y que le estoy ayudando mucho con su carga.
No es la primera vez que me dicen algo así o que me veo en una situación parecida.
Yo creo que él lleva demasiado peso y debería aligerarlo.
A veces me veo como un puente en la vida de algunas personas. Es como si pudiera ayudarles a evolucionar, a cruzar de una etapa a otra, indicándoles por dónde pueden llegar a sus sueños.
Luego, cuando ya han pasado el puente (no todos lo hacen), desaparezco y me esfumo.
Cuando yo estoy perdida y cargada, subo a lo alto de la colina y grito fuerte.
Siempre aparece alguien dispuesto a echar un cabo cuando lo necesitas, sólo tienes que pedirlo.
Es cierto que el maestro aparece cuando el alumno está preparado.
A mi me gusta decir también que, más tarde, cuando el alumno está preparado, el maestro desaparece.
Así debe ser, hay que soltarse las manos para aprender a andar solos.
Soy feliz en esta etapa pero esa llamada continúa...
No quiero quedarme atrapada en una red.
He caído en gracia como pescadito, me perdonaron la vida y no van a comerme, pero tampoco quiero vivir en una pecera.
Subiré a los acantilados esta noche y si veo el fuego encendido en tu atalaya, ten por seguro que me arrojaré al mar de nuevo.
Esta vez no dejaré que me cojan.

No hay comentarios: